Adolescencia,
Posmodernidad y Escuela Secundaria
Por:
Guillermo, A. Obiols y Silvia Di Segni de Obiols
Los
duelos en la adolescencia
Para Arminda
Aberastury, la adolescencia debía realizar como tareas propias, tres procesos
de duelo, entendiéndose por tal el conjunto de procesos psicológicos que se
producen normalmente ante la pérdida de un objeto amado y que llevan a
renunciar al objeto. Los procesos que se suceden en el duelo se han dividido en
tres etapas:
1. La
negación, mecanismo por el cual el sujeto rechaza la idea de pérdida, muestra
incredulidad, siente ira. Es lo que nos lleva a decir: "No puede ser que
haya muerto, lo vi ayer por la calle", cuando inesperadamente recibimos la
noticia de la muerte de un amigo, aunque sepamos que hay muchas maneras de
morir en pocas horas.
2. La
resignación, en la cual se admite la pérdida y sobreviene como afecto la pena.
3. El
desapego, en la que se renuncia al objeto y se produce la adaptación a la vida
sin él. Esta última etapa permite el apego a nuevos objetos.
Volviendo a
Aberastury , el adolescente tenía que superar tres duelos para convertirse en
adulto:
1. El duelo
por el cuerpo infantil. El adolescente sufre cambios rápidos e importantes en
su cuerpo que a veces llega a sentir como ajenos, externos, y que lo ubican en
un rol de observador más que de actor de los mismos.
2. El duelo
por el rol infantil y la identidad infantiles. Perder su rol infantil le obliga
a renunciar a la dependencia ya aceptar responsabilidades. La pérdida de la
identidad infantil debe reemplazarse por una identidad adulta y en ese
transcurso surgirá la angustia que supone la falta de una identidad clara.
3. El duelo
por los padres de la infancia. Renunciar a su protección, a sus figuras
idealizadas e ilusorias, aceptar sus debilidades y su envejecimiento.
Aberastury
añade un cuarto duelo, al que parece otorgarle menor entidad, el de la pérdida
de la bisexualidad de la infancia en la medida en que se madura y se desarrolla
la propia identidad sexual. Propone también que la inclusión del adolescente en
el mundo adulto requiere de una ideología que le permita adaptarse o actuar
para poder cambiar su mundo circundante. El adolescente descripto por
Aberastury se va adaptando a los cambios de su cuerpo a partir de la aparición
de los caracteres sexuales secundarios, las poluciones en los varones, la menarca en las mujeres. Presenta
durante este proceso un cuerpo en el cual aparecen simultáneamente aspectos de
niño y de adulto. El collage aparece también en su personalidad. No quiere ser
como determinados adultos mientras que elige a otros como ideales. En ese
camino se presenta como varios personajes ya sea ante los propios padres o ante
personas del mundo externo. Tendrá múltiples identificaciones contemporáneas y
contradictorias. La desidealización de las figuras de los padres lo deja
desamparado.
Necesita
remediar ese desamparo y el descontrol de sus cambios inexorables con un
aumento de la intelectualización. Buscar soluciones teóricas a sus problemas es
un modo de controlar la angustia.
Pero
Aberastury se pregunta sobre este punto:
"¿Es así
sólo por una necesidad del adolescente o también es una resultante de un mundo
que le prohíbe la acción y lo obliga a refugiarse en la fantasía y la
intelectualización?"
Dentro de ese
proceso de pensar el futuro, el adolescente se plantea el problema ético, busca
nuevos ideales y lucha por conseguirlos. Esta crisis total encuentra solución
transitoria refugiándose en la fantasía, en el mundo interno, incrementando la
omnipotencia narcisista que le lleva a pensar que no necesita del mundo
externo.
Todas estas
conceptualizaciones las refería Aberastury a los adolescentes de fines de la
década del ‘60 de los que decía:
"En este
momento vivimos en el mundo entero el problema de una juventud disconforme a la
que se enfrenta con la violencia, y el resultado es sólo la destrucción y el
entorpecimiento del proceso.
“La violencia
de los estudiantes no es sino la respuesta a la violencia institucionalizada de
las fuerzas del orden familiar y social”.
“Los
estudiantes se rebelan contra todo nuestro modo de vida rechazando las ventajas
tanto como sus males, en busca de una sociedad que ponga la agresión al
servicio de los ideales de vida y eduque las nuevas generaciones con vistas a
la vida y no a la muerte”.
"La
sociedad en que vivimos con su cuadro de violencia y destrucción no ofrece
suficientes garantías de sobrevida y crea una nueva dificultad para el
desprendimiento. El adolescente, cuyo signo es la búsqueda de ideales y de
figuras ideales para identificarse, se encuentra con la violencia y el poder:
también los usa." El adolescente de esa época luchaba, y llegaba a hacerlo
violentamente, en el frente interno de su hogar para lograr tres libertades: la
libertad en salidas y horarios, la libertad de defender una ideología y la
libertad de vivir un amor y un trabajo;
en el frente externo, en la sociedad, prefería renunciar a comodidades detrás
de aquellos ideales que consideraba acertados.
Este tema nos
lleva a la cuestión tan vapuleada de las ideologías por lo menos de ese
conjunto de ideas acerca del mundo que algunos autores han considerado tarea
constitutiva de la adolescencia.
10. ¿Hay duelos en la
posmodernidad?
La
posmodernidad ofrece una vida soft, emociones light, todo debe desplazarse
suavemente, sin dolor, sin drama, sobrevolando la realidad. Es lícito entonces
preguntarse si, dentro de ese marco, hay lugar para los duelos en la medida en
que éstos son dolorosos, implican una crisis seria, tristeza, esfuerzo psíquico
para superarlos.
Consideremos
cada uno de los duelos postulados en su momento por Arminda Aberastury como
procesos inherentes al pasaje por la adolescencia:
a. El duelo
por el cuerpo perdido
El
adolescente de la modernidad se encontraba perdiendo el idealizado y mimado
cuerpo de la infancia, teniendo en perspectiva un período glorioso de juventud
y lejos aún de lograr un cuerpo con características claramente adultas. El
bebé, el niño eran modelos estéticos, se los pintaba, esculpía, grababa, para
no perder ese momento de máximo esplendor, esa cercanía con la belleza
angelical. El adulto joven constituía el ideal estético por excelencia y el
adulto maduro por su parte alcanzaba un cuerpo con características claramente
definidas: las mujeres debían tener un cuerpo redondeado, un poco pesado,
matronal, que daba cuenta de su capacidad de procrear y su dedicación a la casa
y crianza de sus hijos. Iría luciendo con los años canas, arrugas y kilos, no
como vergüenza sino por el contrario como muestra de honorabilidad y fuente de
respeto. Por su parte los hombres también adquirían kilos, abdomen o ambos,
lentes, arrugas, calvicie, bigotes o barbas canas que les darían un aspecto
digno de la admiración de las generaciones más jóvenes.
En ese
contexto el adolescente lucía un aspecto desgraciado. Nada se encontraba en él
de admirable, estéticamente rescatable. Es cierto que aún hoy nadie postula
como admirable la cara cubierta de acné ni los largos brazos o piernas
alterando las proporciones, pero también es cierto que la mirada que cae hoy en
día sobre el adolescente es muy diferente. Su cuerpo ha pasado a idealizarse ya
que constituye el momento en el cual se logra cierta perfección que habrá que mantener todo el
tiempo posible. Modelos de 12, 14 ó 15 años muestran el ideal de la piel
fresca, sin marcas, el cabello abundante y brillante, un cuerpo fuerte pero
magro, tostado al sol, ágil, en gran estado atlético, en la plenitud sexual, un
modelo actual que no responde al ideal infantil ni adulto típico de la
modernidad.
Si,
clásicamente, la juventud fue un "divino tesoro" porque duraba poco,
ahora se intenta conservar ese tesoro el mayor tiempo posible. Mucha ciencia y
mucha tecnología apuntan sus cañones sobre este objetivo. Cirugía plástica,
regímenes adelgazantes y conservadores de la salud, técnicas gimnásticas,
transplantes de cabello, lentes de contacto, masajes e incluso técnicas que
desde lo psíquico prometen mantenerse joven en cuerpo y alma.
Cuando la
técnica no puede más, el cuerpo cae abruptamente de la adolescencia,
supuestamente eterna, en la vejez sin solución de continuidad. Cae en la
vergüenza, en la decadencia, en el fracaso de un ideal de eternidad. Podemos
entonces preguntarnos: ¿qué ha pasado con el duelo por el cuerpo de la infancia
que hacía el adolescente moderno, adolescente que sólo era un pasaje desde la
niñez aun ideal adulto? El adolescente posmoderno deja el cuerpo de la niñez
pero para ingresar de por sí en un estado socialmente declarado ideal. Pasa a
ser poseedor del cuerpo que hay que tener, que sus padres (¿y abuelos?) desean
mantener, es dueño de un tesoro. Si tomamos como metáfora el cuerpo
arquitectónico de la ciudad, y el reciclaje posmoderno en vez de la piqueta, la
mezcla de lo viejo con lo nuevo, a nivel de la persona adolescente resulta que
el cuerpo infantil no es totalmente reemplazado por un cuerpo adulto, hay una
mezcla y modificación parcial de ciertas características. Por la tanto no habrá
una idea neta de duelo, de sufrir intensamente la pérdida del cuerpo de la
infancia. ¿Puede haber un duelo por el cuerpo perdido o "no hay
drama"?
b. El duelo
por los padres de la infancia
Los padres de
la infancia son quizás los únicos "adultos" en estado puro que se
encuentran a lo largo de la vida. Se los ve como tales, sin fisuras. Ir
creciendo significa, en cambio, descubrir que detrás de cada adulto subsisten
algunos aspectos inmaduros, impotencia, errores. La imagen de los padres de la
infancia es producto de la idealización que el niño impotente ante la realidad
que lo rodea y débil ante ellos desarrolla como mecanismo de defensa. A menudo
esa idealización es promovida por los mismos padres quienes obtienen
satisfacción de ser admirados incondicionalmente por ese público cautivo a
quien también pueden someter autoritariamente. Ir creciendo, convertirse en
adulto significa desidealizar, confrontar
las imágenes infantiles con lo real, rearmar internamente las figuras paternas,
tolerar sentirse huérfano durante un período y ser hijo de un simple ser humano
de allí en más. Pero este proceso también ha sufrido diferencias. Los padres de
los adolescentes actuales crecieron en los años, incorporaron un modo de
relacionarse con sus hijos diferente del
que planteaban los modelos clásicos, desarrollaron para sí un estilo muy
distinto del de sus padres. ¿En qué residen esas diferencias? En lo referente a
sí mismos estos padres buscan como objetivo ser jóvenes el mayor tiempo
posible, desdibujan al hacerlo el modelo de adulto que consideraba la
modernidad. Si ellos fueron educados como pequeños adultos, vistiendo en talles
pequeños ropas incómodas para remedar a los adultos, ahora se visten como sus
hijos adolescentes. Si recibieron pautas rígidas de conducta, comunes por
entonces a toda una generación, al educar a sus hijos renuncian a ellas, pero
no generan otras nuevas muy claras, o por la menos cada pareja de padres
improvisa, en la medida en que la necesidad la impone, alguna pauta, a veces
tardíamente. Si fueron considerados por sus padres incapaces de pensar y tomar
decisiones, ellos han pasado a creer que la verdadera sabiduría está en sus
hijos sin necesidad de agregados, y que su tarea es dejar que la creatividad y
el saber surjan sin interferencias. Si sus padres fueron distantes, ellos
borran la distancia y se declaran compinches de sus hijos, intercambiando
confidencias.
A medida que
fue creciendo, el niño de estos padres no incorporó una imagen de adulto
claramente diferenciada, separada de sí por la brecha generacional y cuando
llega a la adolescencia se encuentra con alguien que tiene sus mismas dudas, no
mantiene valores claros, comparte sus mismos conflictos. Ese adolescente no
tiene que elaborar la pérdida de la figura de los padres de la infancia como lo
hacía el de otras épocas. Al llegar a la adolescencia está más cerca que nunca
de sus padres, incluso puede idealizarlos en este período más que antes. Aquí
difícilmente haya duelo y paradójicamente se fomenta más la dependencia que la
independencia en un mundo que busca mayores libertades.
c. El duelo
por el rol y la identidad infantil
¿Qué
significa ser niño? Ser dependiente, refugiarse en la fantasía en vez que
afrontar la realidad, buscar logros que satisfagan deseos primitivos y que se
obtienen rápidamente, jugar en vez que hacer esfuerzo. Si describimos al niño
en edad de incorporarse a un jardín de infantes, nos encontramos con alguien
que se cree capaz de logros que en su mayoría no le son posibles y ante los
cuales sufre heridas muy fuertes en su autoestima, una personita incapaz de
esperar para lograr lo que quiere y un ser humano a quien no le importan demasiado los otros miembros de su especie en
la medida en que no es capaz de compartir nada con los.
Llegados a
este punto parece imprescindible diferenciar dos conceptos psicoanalíticos que
suelen confundirse: el de yo ideal y el de ideal del yo. Ante una imagen de sí
mismo real poco satisfactorio, muy impotente, el niño pequeño desarrolla una
imagen ideal, un yo ideal en el cual refugiarse. Esta estructura se organiza
sobre la imagen omnipotente de los padres y ante una realidad frustrante que
promueve esa imagen todopoderosa de sí mismo confeccionada a imagen y semejanza
de sus mayores, la cual le permite descansar, juntar fuerzas y probar de nuevo
ante un error. En los desarrollos normales ese yo ideal se va acotando a medida
que la realidad le muestra sus límites.
Los padres
primero y los maestros después tienen la difícil tarea de provocar la
introyección de otra estructura, el ideal del yo. Este aspecto del superyo es
un modelo ideal producido por los mayores para él, es el modelo de niño que los
demás esperan que sea. Si el yo ideal es lo que él desea ser, el ideal del yo
es lo que debe ser y a quien le cuesta muy a menudo parecerse. Ese ideal del yo
también manifiesta sus propios valores: esfuerzo, reconocimiento y
consideración hacia el otro, así como postergación de los logros.
Tradicionalmente este trípode ha sido la base de la educación preescolar.
¿Qué ocurre
con el adolescente? En esa época de la vida se termina de consolidar el ideal
del yo, para ello confluyen los padres, los docentes y la sociedad en su
conjunto. Pero ¿qué ocurrirá si la sociedad no mantiene los valores del ideal
del yo, si en cambio pone al nivel de modelo los valores del yo ideal?
Pensemos en
lo que los medios difunden constantemente: aprendizaje, dietas, gimnasia sin el
menor esfuerzo; tarjetas de crédito, facilidades, compra telefónica para no
postergar ningún deseo, artículos únicos, lugares exclusivos, competencia
laboral que significa eliminar al otro. Estos son los valores del yo ideal que
en otras épocas podían que en la fantasía pero no ser consagrados socialmente.
La sociedad
moderna consagraba los valores de un ideal del yo: la idea de progreso en base
al esfuerzo, el amor como consideración hacia el otro, capacidad de espera para
lograr lo deseado. Sin duda los valores del yo ideal también existían pero eran
inadmisibles para ser propagados socialmente.
En la
sociedad posmoderna los medios divulgan justamente los valores del yo ideal, es
decir que allí donde estaba el ideal del yo está el yo ideal y hay que atenerse
a las consecuencias.
Si se acepta
este planteo, de él se deduce que los valores primitivos de la infancia no sólo
no se abandonan sino que se sostienen socialmente, por lo tanto no parece muy
claro que haya que abandonar ningún rol de esa etapa al llegar a la
adolescencia Se podrá seguir actuando y deseando como cuando se era niño, aquí
tampoco habrá un duelo claramente establecido.
Por otra
parte, se sostenía que la identidad infantil perdida daba paso a la definitiva
en un largo proceso de rebeldía, enfrentamiento y recomposición durante la
adolescencia. El concepto de pastiche posmoderno parece modificar esta idea. La
identidad se establecería no por un mecanismo revolucionario que volteara las
viejas estructuras sino por el plagio que conforme el pastiche sin mayor
violencia, sin cambios radicales. La nueva identidad se estructura ría sin que
apareciera la idea neta de un duelo, en tanto no habría una pérdida conflictiva
que lo provocara.Adolescencia e identidad (YUNI-URBANO)
El ser humano
transcurre su ciclo vital en una secuencia de faces o etapas de crecimiento
caracterizadas por periodos de “relativa” estabilidad y periodos de grandes
cambios, los cuales están acompañados de crisis. Crisis es “aquel momento de
cambio que implica la alteración de un modo habitual de funcionamiento y supone
un desequilibrio que produce inestabilidad psicológica, lo que impulsa al
sujeto a la búsqueda del restablecimiento de un estado armónico de
funcionamiento y a la adquisición de una nueva organización interna”. La
adolescencia representa una crisis evolutiva o crisis del desarrollo que
compromete los aspectos biológicos, emocionales y psicológicos, como asi
también aquellos aspectos de índole social inherentes a todo ser humano.
La
adolescencia es considerada como una “etapa de duelos” por los cambios
acontecidos en su transcurso. Entendiendo por duelo “aquel proceso de dolor
desencadenado por la pérdida de un atributo o condición ya sea este real o
fantaseado”. Esta etapa supone para el sujeto la elaboración de un proceso
dual: la “separación” de aspectos viejos y la “incorporación e integración” de
nuevos atributos. Ello exige al adolescente reformular la apreciación, el
concepto de si mismo y la propia identidad personal.
Sin embargo,
ese esfuerzo de reformulación puede llevar a resultados diferentes. Puede
hacerse de una forma positiva y satisfactoria que le permita al adolescente
conformar exitosamente una identidad individual y social para ingresar al mundo
adulto. También puede darse de tal forma que genere malestar y sufrimiento,
situación que ocasiona la posibilidad de desintegración de la propia identidad,
de adquisición de identidades falsas o prestadas, hechos que se manifiestan en
desadaptaciones, transitorias o permanentes, según sea la particularidad del
caso. Las resoluciones deficientes de los duelos adolescentes hacen que el
sujeto llegue a la adultez con una identidad personal “lábil” (Poco estable, poco firme en sus resoluciones) y con una estructura psicológica
inestable cuyas consecuencias afectaran sus posibilidades de desarrollo futuro.
La formación
de la identidad es un continuo, es una cualidad del ciclo de desarrollo
evolutivo. El aparato psíquico comienza a estructurarse a partir de la vida
intrauterina y se la va re-configurando en cada etapa del desarrollo, en un
proceso dinámico y permanente que se produce a lo largo de toda la vida.
En la
adolescencia se rompe el equilibrio logrado durante la infancia. El cuerpo se
transforma en un espacio en el que confluyen nuevas exigencias biológicas y
sociales, convirtiéndose en el área en el que se depositan sensaciones y
experiencias de indiscriminación, similares a las que presentan los niños en
los primeros años de vida. La adolescencia se caracteriza por una serie de
conflictos centrados en las siguientes problemáticas.
a)
La
adquisicion de un nuevo cuerpo adultizado, no “coincide” con el cuerpo
conocido.
b)
El
aprendizaje de nuevos roles sociales que no coinciden con los roles familiares
y sociales propios de la niñez.
c)
La
asunción de nuevas identificaciones que no coinciden con las identificaciones
infantiles.
Estas “no
coincidencias” generan ansiedad e indiferenciación, sensaciones que expresan la
confusión que vive el adolescente entre el mundo infantil y el mundo adulto,
entre fantasía y realidad, entre masculino y femenino. Para tolerar la angustia
y ansiedad que le producen estos cambios, el sujeto recurre al pensamiento
lógico-formal, que se sirve de la fantasía para disminuir el caos que se
produce entre el mundo interno y el mundo externo.
En la medida
que el sujeto transita la adolescencia va elaborando este estado de confusión e
indiferenciación estableciendo el contacto con la realidad- interna y externa-
más discriminada. Elabora de este modo una “síntesis de si
mismo”, decir logra conformar, una nueva identidad joven-adulto. Sin embargo,
hasta lograr esta síntesis el adolescente atraviesa por estados de
inestabilidad y contradicción que se corresponden con la multiplicidad de
aspectos que ha incorporado del medio social que hacen que se vivencie a si
mismo y, que se manifieste hacia los demás, como varios personajes, sin saber
“quien es” el auténticamente. La construcción del concepto de “si mismo” solo
es posible si el sujeto adolescente decide internamente abandonar la estructura
infantil que hasta ese momento determinaba su manera de funcionamiento y tratar
de alcanzar un nuevo equilibrio.
Como se observa,
la crisis de la Adolescencia es una crisis centrada en el logro de una
identidad personal y social. La “identidad personal” supone una síntesis e
integración de las autodefiniciones que el sujeto tiene de si mismo, es decir la
forma que el sujeto se define, se describe e interpreta en tanto ser único y
particular. La identidad permite tener conciencia plena de quien es uno y a
donde pertenece. Sin embargo, la identidad personal se construye en el
interjuego e interacción que se produce en el auto-reconocimiento y el hetero-reconocimiento.
El modo en que el adolescente se ve a si mismo, el modo en que cree que lo ven
los demás y el modo en que lo define su entorno, generan una serie de imágenes,
de valores, de formas de representarse a si mismo, que constituyen una rica y
variada fuente de modelos de identificación. Esa variedad obliga al sujeto a
efectuar elecciones y a adoptar algunos de ellos para construir su identidad
personal.
La identidad
personal en tanto síntesis de la mismisidad, unidad y continuidad de un sujeto
en el ciclo vital, contiene la “descripción de que los individuos ven cuando se
miran a si mismos en términos de sus características físicas auto-percibidas de
su personalidad, sus habilidades, sus rasgos, sus roles y su estatus social”
(Rice, 2000)
La definición
que hemos dado de la identidad personal pone énfasis en su relación con el
autoconcepto, es decir con el conjunto de imágenes, pensamientos y sentimientos
que el sujeto tiene de si mismo. El autoconcepto esta constituido por dos componentes; los cognitivos
y los evaluativos. Los primeros hacen referencia a las creencias que el sujeto
respecto de su imagen corporal, su identidad social y de las habilidades
psicosociales que considera que posee. Los segundos aluden al conjunto de
sentimientos positivos y negativos que el sujeto posee sobre si mismo y que
conforman su autoestima. Ambos componentes cognitivos y evaluativos, se
encuentran condicionados tanto por factores psicológicos de personalidad como
por la imagen que el sujeto considera que los demás tienen sobre el. Sobre el
autoconcepto influyen tres aspectos que se relacionan entre si: la imagen
corporal, la autoestima y la valoración social que el sujeto se atribuye.
Los
diferentes conceptos de “si mismo” pueden variar a través del tiempo, o según
las situaciones particulares en que el adolescente ejercite sus roles
individuales o sociales. Los autoconceptos pueden corresponderse o no con la
realidad ya que pueden constituirse a partir de una percepción fantaseada de
quien es uno en determinada situación familiar o social, o de como es el propio
contexto, o pueden ajustarse con mayor realismo a la situación existencial del
sujeto.
En
definitiva, como sostiene Erikson “el adolescente necesita darle a su proceso
de cambios una continuidad dentro de la personalidad, por lo que establece la
búsqueda de un nuevo sentimiento de continuidad y mismidad”. Se desprende de lo
dicho que la identidad es un sistema abierto, permeable al cambio, que se
conforma en un proceso dinamico en el que interactúan aspectos individuales-
estructurantes y estruturales- y aspectos provenientes de la sociedad, la cual
se encuentra representada por la familia, los grupos e instituciones. La
identidad le permite al sujeto individual crearse un sentimiento interno de
mismidad y continuidad, la que es reconocida por el sujeto como por su entorno
y que traduce en el saber quien soy.
Trabajo Practico
A partir de la lectura del texto: Adolescencia, Posmodernidad y Escuela Secundaria de Guillermo,
A. Obiols y Silvia Di Segni de Obiols. Cap. 6: “Los duelos en la adolesencia”, cap 10: “¿Hay
duelos en la posmodernidad?” y Adolescencia e identidad de Yuni-Urbano conteste las siguientes preguntas.
1) ¿Cómo define duelo Armida Aberastury, y que procesos implica?
2) Aberastury cita que el adolescente debía superar tres duelos, ¿cuáles son estos?
3) ¿Cómo caracteriza Obiols la adolescencia posmoderna?
4) ¿Se dan los duelos en la posmodernidad tal como los postulaba Aberastury para la
modernidad?
5) ¿Cual es la postura que toman Urbano-Yuni?
5) ¿Cual es la postura que toman Urbano-Yuni?
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