sábado, 14 de septiembre de 2013

Los Duelos de la Adolescencia





Adolescencia, Posmodernidad y Escuela Secundaria
Por: Guillermo, A. Obiols y Silvia Di Segni de Obiols
Los duelos en la adolescencia
Para Arminda Aberastury, la adolescencia debía realizar como tareas propias, tres procesos de duelo, entendiéndose por tal el conjunto de procesos psicológicos que se producen normalmente ante la pérdida de un objeto amado y que llevan a renunciar al objeto. Los procesos que se suceden en el duelo se han dividido en tres etapas:
1. La negación, mecanismo por el cual el sujeto rechaza la idea de pérdida, muestra incredulidad, siente ira. Es lo que nos lleva a decir: "No puede ser que haya muerto, lo vi ayer por la calle", cuando inesperadamente recibimos la noticia de la muerte de un amigo, aunque sepamos que hay muchas maneras de morir en pocas horas.
2. La resignación, en la cual se admite la pérdida y sobreviene como afecto la pena.
3. El desapego, en la que se renuncia al objeto y se produce la adaptación a la vida sin él. Esta última etapa permite el apego a nuevos objetos.
Volviendo a Aberastury , el adolescente tenía que superar tres duelos para convertirse en adulto:
1. El duelo por el cuerpo infantil. El adolescente sufre cambios rápidos e importantes en su cuerpo que a veces llega a sentir como ajenos, externos, y que lo ubican en un rol de observador más que de actor de los mismos.
2. El duelo por el rol infantil y la identidad infantiles. Perder su rol infantil le obliga a renunciar a la dependencia ya aceptar responsabilidades. La pérdida de la identidad infantil debe reemplazarse por una identidad adulta y en ese transcurso surgirá la angustia que supone la falta de una identidad clara.
3. El duelo por los padres de la infancia. Renunciar a su protección, a sus figuras idealizadas e ilusorias, aceptar sus debilidades y su envejecimiento.
Aberastury añade un cuarto duelo, al que parece otorgarle menor entidad, el de la pérdida de la bisexualidad de la infancia en la medida en que se madura y se desarrolla la propia identidad sexual. Propone también que la inclusión del adolescente en el mundo adulto requiere de una ideología que le permita adaptarse o actuar para poder cambiar su mundo circundante. El adolescente descripto por Aberastury se va adaptando a los cambios de su cuerpo a partir de la aparición de los caracteres sexuales secundarios, las poluciones en los  varones, la menarca en las mujeres. Presenta durante este proceso un cuerpo en el cual aparecen simultáneamente aspectos de niño y de adulto. El collage aparece también en su personalidad. No quiere ser como determinados adultos mientras que elige a otros como ideales. En ese camino se presenta como varios personajes ya sea ante los propios padres o ante personas del mundo externo. Tendrá múltiples identificaciones contemporáneas y contradictorias. La desidealización de las figuras de los padres lo deja desamparado.
Necesita remediar ese desamparo y el descontrol de sus cambios inexorables con un aumento de la intelectualización. Buscar soluciones teóricas a sus problemas es un modo de controlar la angustia.
Pero Aberastury se pregunta sobre este punto:
"¿Es así sólo por una necesidad del adolescente o también es una resultante de un mundo que le prohíbe la acción y lo obliga a refugiarse en la fantasía y la intelectualización?"
Dentro de ese proceso de pensar el futuro, el adolescente se plantea el problema ético, busca nuevos ideales y lucha por conseguirlos. Esta crisis total encuentra solución transitoria refugiándose en la fantasía, en el mundo interno, incrementando la omnipotencia narcisista que le lleva a pensar que no necesita del mundo externo.
Todas estas conceptualizaciones las refería Aberastury a los adolescentes de fines de la década del ‘60 de los que decía:
"En este momento vivimos en el mundo entero el problema de una juventud disconforme a la que se enfrenta con la violencia, y el resultado es sólo la destrucción y el entorpecimiento del proceso.
“La violencia de los estudiantes no es sino la respuesta a la violencia institucionalizada de las fuerzas del orden familiar y social”.
“Los estudiantes se rebelan contra todo nuestro modo de vida rechazando las ventajas tanto como sus males, en busca de una sociedad que ponga la agresión al servicio de los ideales de vida y eduque las nuevas generaciones con vistas a la vida y no a la muerte”.
"La sociedad en que vivimos con su cuadro de violencia y destrucción no ofrece suficientes garantías de sobrevida y crea una nueva dificultad para el desprendimiento. El adolescente, cuyo signo es la búsqueda de ideales y de figuras ideales para identificarse, se encuentra con la violencia y el poder: también los usa." El adolescente de esa época luchaba, y llegaba a hacerlo violentamente, en el frente interno de su hogar para lograr tres libertades: la libertad en salidas y horarios, la libertad de defender una ideología y la libertad de vivir  un amor y un trabajo; en el frente externo, en la sociedad, prefería renunciar a comodidades detrás de aquellos ideales que consideraba acertados.
Este tema nos lleva a la cuestión tan vapuleada de las ideologías por lo menos de ese conjunto de ideas acerca del mundo que algunos autores han considerado tarea constitutiva de la adolescencia.
10. ¿Hay duelos en la posmodernidad?
La posmodernidad ofrece una vida soft, emociones light, todo debe desplazarse suavemente, sin dolor, sin drama, sobrevolando la realidad. Es lícito entonces preguntarse si, dentro de ese marco, hay lugar para los duelos en la medida en que éstos son dolorosos, implican una crisis seria, tristeza, esfuerzo psíquico para superarlos.
Consideremos cada uno de los duelos postulados en su momento por Arminda Aberastury como procesos inherentes al pasaje por la adolescencia:
a. El duelo por el cuerpo perdido
El adolescente de la modernidad se encontraba perdiendo el idealizado y mimado cuerpo de la infancia, teniendo en perspectiva un período glorioso de juventud y lejos aún de lograr un cuerpo con características claramente adultas. El bebé, el niño eran modelos estéticos, se los pintaba, esculpía, grababa, para no perder ese momento de máximo esplendor, esa cercanía con la belleza angelical. El adulto joven constituía el ideal estético por excelencia y el adulto maduro por su parte alcanzaba un cuerpo con características claramente definidas: las mujeres debían tener un cuerpo redondeado, un poco pesado, matronal, que daba cuenta de su capacidad de procrear y su dedicación a la casa y crianza de sus hijos. Iría luciendo con los años canas, arrugas y kilos, no como vergüenza sino por el contrario como muestra de honorabilidad y fuente de respeto. Por su parte los hombres también adquirían kilos, abdomen o ambos, lentes, arrugas, calvicie, bigotes o barbas canas que les darían un aspecto digno de la admiración de las generaciones más jóvenes.
En ese contexto el adolescente lucía un aspecto desgraciado. Nada se encontraba en él de admirable, estéticamente rescatable. Es cierto que aún hoy nadie postula como admirable la cara cubierta de acné ni los largos brazos o piernas alterando las proporciones, pero también es cierto que la mirada que cae hoy en día sobre el adolescente es muy diferente. Su cuerpo ha pasado a idealizarse ya que constituye el momento en el cual se logra cierta  perfección que habrá que mantener todo el tiempo posible. Modelos de 12, 14 ó 15 años muestran el ideal de la piel fresca, sin marcas, el cabello abundante y brillante, un cuerpo fuerte pero magro, tostado al sol, ágil, en gran estado atlético, en la plenitud sexual, un modelo actual que no responde al ideal infantil ni adulto típico de la modernidad.
Si, clásicamente, la juventud fue un "divino tesoro" porque duraba poco, ahora se intenta conservar ese tesoro el mayor tiempo posible. Mucha ciencia y mucha tecnología apuntan sus cañones sobre este objetivo. Cirugía plástica, regímenes adelgazantes y conservadores de la salud, técnicas gimnásticas, transplantes de cabello, lentes de contacto, masajes e incluso técnicas que desde lo psíquico prometen mantenerse joven en cuerpo y alma.
Cuando la técnica no puede más, el cuerpo cae abruptamente de la adolescencia, supuestamente eterna, en la vejez sin solución de continuidad. Cae en la vergüenza, en la decadencia, en el fracaso de un ideal de eternidad. Podemos entonces preguntarnos: ¿qué ha pasado con el duelo por el cuerpo de la infancia que hacía el adolescente moderno, adolescente que sólo era un pasaje desde la niñez aun ideal adulto? El adolescente posmoderno deja el cuerpo de la niñez pero para ingresar de por sí en un estado socialmente declarado ideal. Pasa a ser poseedor del cuerpo que hay que tener, que sus padres (¿y abuelos?) desean mantener, es dueño de un tesoro. Si tomamos como metáfora el cuerpo arquitectónico de la ciudad, y el reciclaje posmoderno en vez de la piqueta, la mezcla de lo viejo con lo nuevo, a nivel de la persona adolescente resulta que el cuerpo infantil no es totalmente reemplazado por un cuerpo adulto, hay una mezcla y modificación parcial de ciertas características. Por la tanto no habrá una idea neta de duelo, de sufrir intensamente la pérdida del cuerpo de la infancia. ¿Puede haber un duelo por el cuerpo perdido o "no hay drama"?
b. El duelo por los padres de la infancia
Los padres de la infancia son quizás los únicos "adultos" en estado puro que se encuentran a lo largo de la vida. Se los ve como tales, sin fisuras. Ir creciendo significa, en cambio, descubrir que detrás de cada adulto subsisten algunos aspectos inmaduros, impotencia, errores. La imagen de los padres de la infancia es producto de la idealización que el niño impotente ante la realidad que lo rodea y débil ante ellos desarrolla como mecanismo de defensa. A menudo esa idealización es promovida por los mismos padres quienes obtienen satisfacción de ser admirados incondicionalmente por ese público cautivo a quien también pueden someter autoritariamente. Ir creciendo, convertirse en adulto significa desidealizar,  confrontar las imágenes infantiles con lo real, rearmar internamente las figuras paternas, tolerar sentirse huérfano durante un período y ser hijo de un simple ser humano de allí en más. Pero este proceso también ha sufrido diferencias. Los padres de los adolescentes actuales crecieron en los años, incorporaron un modo de relacionarse con sus hijos  diferente del que planteaban los modelos clásicos, desarrollaron para sí un estilo muy distinto del de sus padres. ¿En qué residen esas diferencias? En lo referente a sí mismos estos padres buscan como objetivo ser jóvenes el mayor tiempo posible, desdibujan al hacerlo el modelo de adulto que consideraba la modernidad. Si ellos fueron educados como pequeños adultos, vistiendo en talles pequeños ropas incómodas para remedar a los adultos, ahora se visten como sus hijos adolescentes. Si recibieron pautas rígidas de conducta, comunes por entonces a toda una generación, al educar a sus hijos renuncian a ellas, pero no generan otras nuevas muy claras, o por la menos cada pareja de padres improvisa, en la medida en que la necesidad la impone, alguna pauta, a veces tardíamente. Si fueron considerados por sus padres incapaces de pensar y tomar decisiones, ellos han pasado a creer que la verdadera sabiduría está en sus hijos sin necesidad de agregados, y que su tarea es dejar que la creatividad y el saber surjan sin interferencias. Si sus padres fueron distantes, ellos borran la distancia y se declaran compinches de sus hijos, intercambiando confidencias.
A medida que fue creciendo, el niño de estos padres no incorporó una imagen de adulto claramente diferenciada, separada de sí por la brecha generacional y cuando llega a la adolescencia se encuentra con alguien que tiene sus mismas dudas, no mantiene valores claros, comparte sus mismos conflictos. Ese adolescente no tiene que elaborar la pérdida de la figura de los padres de la infancia como lo hacía el de otras épocas. Al llegar a la adolescencia está más cerca que nunca de sus padres, incluso puede idealizarlos en este período más que antes. Aquí difícilmente haya duelo y paradójicamente se fomenta más la dependencia que la independencia en un mundo que busca mayores libertades.
c. El duelo por el rol y la identidad infantil
¿Qué significa ser niño? Ser dependiente, refugiarse en la fantasía en vez que afrontar la realidad, buscar logros que satisfagan deseos primitivos y que se obtienen rápidamente, jugar en vez que hacer esfuerzo. Si describimos al niño en edad de incorporarse a un jardín de infantes, nos encontramos con alguien que se cree capaz de logros que en su mayoría no le son posibles y ante los cuales sufre heridas muy fuertes en su autoestima, una personita incapaz de esperar para lograr lo que quiere y un ser humano a quien no le importan  demasiado los otros miembros de su especie en la medida en que no es capaz de compartir nada con los.
Llegados a este punto parece imprescindible diferenciar dos conceptos psicoanalíticos que suelen confundirse: el de yo ideal y el de ideal del yo. Ante una imagen de sí mismo real poco satisfactorio, muy impotente, el niño pequeño desarrolla una imagen ideal, un yo ideal en el cual refugiarse. Esta estructura se organiza sobre la imagen omnipotente de los padres y ante una realidad frustrante que promueve esa imagen todopoderosa de sí mismo confeccionada a imagen y semejanza de sus mayores, la cual le permite descansar, juntar fuerzas y probar de nuevo ante un error. En los desarrollos normales ese yo ideal se va acotando a medida que la realidad le muestra sus límites.
Los padres primero y los maestros después tienen la difícil tarea de provocar la introyección de otra estructura, el ideal del yo. Este aspecto del superyo es un modelo ideal producido por los mayores para él, es el modelo de niño que los demás esperan que sea. Si el yo ideal es lo que él desea ser, el ideal del yo es lo que debe ser y a quien le cuesta muy a menudo parecerse. Ese ideal del yo también manifiesta sus propios valores: esfuerzo, reconocimiento y consideración hacia el otro, así como postergación de los logros. Tradicionalmente este trípode ha sido la base de la educación preescolar.
¿Qué ocurre con el adolescente? En esa época de la vida se termina de consolidar el ideal del yo, para ello confluyen los padres, los docentes y la sociedad en su conjunto. Pero ¿qué ocurrirá si la sociedad no mantiene los valores del ideal del yo, si en cambio pone al nivel de modelo los valores del yo ideal?
Pensemos en lo que los medios difunden constantemente: aprendizaje, dietas, gimnasia sin el menor esfuerzo; tarjetas de crédito, facilidades, compra telefónica para no postergar ningún deseo, artículos únicos, lugares exclusivos, competencia laboral que significa eliminar al otro. Estos son los valores del yo ideal que en otras épocas podían que en la fantasía pero no ser consagrados socialmente.
La sociedad moderna consagraba los valores de un ideal del yo: la idea de progreso en base al esfuerzo, el amor como consideración hacia el otro, capacidad de espera para lograr lo deseado. Sin duda los valores del yo ideal también existían pero eran inadmisibles para ser propagados socialmente.
En la sociedad posmoderna los medios divulgan justamente los valores del yo ideal, es decir que allí donde estaba el ideal del yo está el yo ideal y hay que atenerse a las consecuencias.
Si se acepta este planteo, de él se deduce que los valores primitivos de la infancia no sólo no se abandonan sino que se sostienen socialmente, por lo tanto no parece muy claro que haya que abandonar ningún rol de esa etapa al llegar a la adolescencia Se podrá seguir actuando y deseando como cuando se era niño, aquí tampoco habrá un duelo claramente establecido.
Por otra parte, se sostenía que la identidad infantil perdida daba paso a la definitiva en un largo proceso de rebeldía, enfrentamiento y recomposición durante la adolescencia. El concepto de pastiche posmoderno parece modificar esta idea. La identidad se establecería no por un mecanismo revolucionario que volteara las viejas estructuras sino por el plagio que conforme el pastiche sin mayor violencia, sin cambios radicales. La nueva identidad se estructura ría sin que apareciera la idea neta de un duelo, en tanto no habría una pérdida conflictiva que lo provocara.

Adolescencia e identidad (YUNI-URBANO)

El ser humano transcurre su ciclo vital en una secuencia de faces o etapas de crecimiento caracterizadas por periodos de “relativa” estabilidad y periodos de grandes cambios, los cuales están acompañados de crisis. Crisis es “aquel momento de cambio que implica la alteración de un modo habitual de funcionamiento y supone un desequilibrio que produce inestabilidad psicológica, lo que impulsa al sujeto a la búsqueda del restablecimiento de un estado armónico de funcionamiento y a la adquisición de una nueva organización interna”. La adolescencia representa una crisis evolutiva o crisis del desarrollo que compromete los aspectos biológicos, emocionales y psicológicos, como asi también aquellos aspectos de índole social inherentes a todo ser humano.
La adolescencia es considerada como una “etapa de duelos” por los cambios acontecidos en su transcurso. Entendiendo por duelo “aquel proceso de dolor desencadenado por la pérdida de un atributo o condición ya sea este real o fantaseado”. Esta etapa supone para el sujeto la elaboración de un proceso dual: la “separación” de aspectos viejos y la “incorporación e integración” de nuevos atributos. Ello exige al adolescente reformular la apreciación, el concepto de si mismo y la propia identidad personal.
Sin embargo, ese esfuerzo de reformulación puede llevar a resultados diferentes. Puede hacerse de una forma positiva y satisfactoria que le permita al adolescente conformar exitosamente una identidad individual y social para ingresar al mundo adulto. También puede darse de tal forma que genere malestar y sufrimiento, situación que ocasiona la posibilidad de desintegración de la propia identidad, de adquisición de identidades falsas o prestadas, hechos que se manifiestan en desadaptaciones, transitorias o permanentes, según sea la particularidad del caso. Las resoluciones deficientes de los duelos adolescentes hacen que el sujeto llegue a la adultez con una identidad personal “lábil” (Poco estable, poco firme en sus resoluciones) y con una estructura psicológica inestable cuyas consecuencias afectaran sus posibilidades de desarrollo futuro.
La formación de la identidad es un continuo, es una cualidad del ciclo de desarrollo evolutivo. El aparato psíquico comienza a estructurarse a partir de la vida intrauterina y se la va re-configurando en cada etapa del desarrollo, en un proceso dinámico y permanente que se produce a lo largo de toda la vida.
En la adolescencia se rompe el equilibrio logrado durante la infancia. El cuerpo se transforma en un espacio en el que confluyen nuevas exigencias biológicas y sociales, convirtiéndose en el área en el que se depositan sensaciones y experiencias de indiscriminación, similares a las que presentan los niños en los primeros años de vida. La adolescencia se caracteriza por una serie de conflictos centrados en las siguientes problemáticas.
a)    La adquisicion de un nuevo cuerpo adultizado, no “coincide” con el cuerpo conocido.
b)    El aprendizaje de nuevos roles sociales que no coinciden con los roles familiares y sociales propios de la niñez.
c)    La asunción de nuevas identificaciones que no coinciden con las identificaciones infantiles.
Estas “no coincidencias” generan ansiedad e indiferenciación, sensaciones que expresan la confusión que vive el adolescente entre el mundo infantil y el mundo adulto, entre fantasía y realidad, entre masculino y femenino. Para tolerar la angustia y ansiedad que le producen estos cambios, el sujeto recurre al pensamiento lógico-formal, que se sirve de la fantasía para disminuir el caos que se produce entre el mundo interno y el mundo externo.
En la medida que el sujeto transita la adolescencia va elaborando este estado de confusión e indiferenciación estableciendo el contacto con la realidad- interna y externa- más discriminada.   Elabora de este modo una “síntesis de si mismo”, decir logra conformar, una nueva identidad joven-adulto. Sin embargo, hasta lograr esta síntesis el adolescente atraviesa por estados de inestabilidad y contradicción que se corresponden con la multiplicidad de aspectos que ha incorporado del medio social que hacen que se vivencie a si mismo y, que se manifieste hacia los demás, como varios personajes, sin saber “quien es” el auténticamente. La construcción del concepto de “si mismo” solo es posible si el sujeto adolescente decide internamente abandonar la estructura infantil que hasta ese momento determinaba su manera de funcionamiento y tratar de alcanzar un nuevo equilibrio.
Como se observa, la crisis de la Adolescencia es una crisis centrada en el logro de una identidad personal y social. La “identidad personal” supone una síntesis e integración de las autodefiniciones que el sujeto tiene de si mismo, es decir la forma que el sujeto se define, se describe e interpreta en tanto ser único y particular. La identidad permite tener conciencia plena de quien es uno y a donde pertenece. Sin embargo, la identidad personal se construye en el interjuego e interacción que se produce en el auto-reconocimiento y el hetero-reconocimiento. El modo en que el adolescente se ve a si mismo, el modo en que cree que lo ven los demás y el modo en que lo define su entorno, generan una serie de imágenes, de valores, de formas de representarse a si mismo, que constituyen una rica y variada fuente de modelos de identificación. Esa variedad obliga al sujeto a efectuar elecciones y a adoptar algunos de ellos para construir su identidad personal.
La identidad personal en tanto síntesis de la mismisidad, unidad y continuidad de un sujeto en el ciclo vital, contiene la “descripción de que los individuos ven cuando se miran a si mismos en términos de sus características físicas auto-percibidas de su personalidad, sus habilidades, sus rasgos, sus roles y su estatus social” (Rice, 2000)
La definición que hemos dado de la identidad personal pone énfasis en su relación con el autoconcepto, es decir con el conjunto de imágenes, pensamientos y sentimientos que el sujeto tiene de si mismo. El autoconcepto  esta constituido por dos componentes; los cognitivos y los evaluativos. Los primeros hacen referencia a las creencias que el sujeto respecto de su imagen corporal, su identidad social y de las habilidades psicosociales que considera que posee. Los segundos aluden al conjunto de sentimientos positivos y negativos que el sujeto posee sobre si mismo y que conforman su autoestima. Ambos componentes cognitivos y evaluativos, se encuentran condicionados tanto por factores psicológicos de personalidad como por la imagen que el sujeto considera que los demás tienen sobre el. Sobre el autoconcepto influyen tres aspectos que se relacionan entre si: la imagen corporal, la autoestima y la valoración social que el sujeto se atribuye.
Los diferentes conceptos de “si mismo” pueden variar a través del tiempo, o según las situaciones particulares en que el adolescente ejercite sus roles individuales o sociales. Los autoconceptos pueden corresponderse o no con la realidad ya que pueden constituirse a partir de una percepción fantaseada de quien es uno en determinada situación familiar o social, o de como es el propio contexto, o pueden ajustarse con mayor realismo a la situación existencial del sujeto.

En definitiva, como sostiene Erikson “el adolescente necesita darle a su proceso de cambios una continuidad dentro de la personalidad, por lo que establece la búsqueda de un nuevo sentimiento de continuidad y mismidad”. Se desprende de lo dicho que la identidad es un sistema abierto, permeable al cambio, que se conforma en un proceso dinamico en el que interactúan aspectos individuales- estructurantes y estruturales- y aspectos provenientes de la sociedad, la cual se encuentra representada por la familia, los grupos e instituciones. La identidad le permite al sujeto individual crearse un sentimiento interno de mismidad y continuidad, la que es reconocida por el sujeto como por su entorno y que traduce en el saber quien soy.



Trabajo Practico 

A partir de la lectura del texto: Adolescencia, Posmodernidad y Escuela Secundaria de Guillermo, 
A. Obiols y Silvia Di Segni de Obiols. Cap. 6: “Los duelos en la adolesencia”,  cap 10: “¿Hay 
duelos en la posmodernidad?” y Adolescencia e identidad de Yuni-Urbano conteste las siguientes preguntas.
1) ¿Cómo define duelo Armida Aberastury, y que procesos implica?
2) Aberastury cita que el adolescente debía superar tres duelos, ¿cuáles son estos?
3) ¿Cómo caracteriza Obiols la adolescencia posmoderna?
4) ¿Se dan los duelos en la posmodernidad tal como los postulaba Aberastury para la 
modernidad?
5) ¿Cual es la postura que toman Urbano-Yuni? 

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